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Regresando

   Las suelas de mis zapatos me hablan por la madrugada, mientras regreso a casa. Entre la goma gastada y las piedras de la calle, susurran consejos, quién sabe en qué dialecto. En la cima de la calle, las luces de un edificio me golpean la frente y entrecierran mis ojos; queriendo imitar al sol, que dentro de una hora acabará por apagarlas para imponer su propia luz.
Apenas entro en la oscuridad de mi habitación, el calor de las cuatro paredes me da la bienvenida. El intenso olor a encierro me recuerda mi mente días atrás.
Después de cerrar la puerta, la última frustración del día: olvidé tender la cama. Fueron varias cuadras de camino a casa, imaginando llegar y poder estirar mi cuerpo entre las sábanas; y ahora esto. Debo embarcarme en tal actividad.

   Lentamente me coloco los auriculares, suena una suave y pegadiza música; y cuando quiero acordar estoy bailando alrededor de la cama, en la penumbra de la habitación.
Con los brazos estirados trato de dejar la sábana superior en su lugar, cuando sin pensarlo, caigo rendido con todo el peso del cuerpo sobre el colchón. Y allí tendido, boca arriba, con los ojos puestos en el cielo raso, me doy cuenta de que estoy solo, y que no existe nada en el mundo que pueda modificar eso.
   Me quito la música de encima, para oír la quietud de la noche.

   Podría levantarme, terminar de hacer la cama o poner en orden mi vida. Podría tal vez inventar una nueva historia, o crear un plan de escape.
Pero no. Es muy tarde ya para eso. Mejor quedarme así, tirado como estoy sobre la cama incompleta y esperar que el domingo llegue de una vez por todas.


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