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La máquina de perder tiempo


  El aparato hace vibrar la mesa, interrumpiendo el silencio pensativo de la tarde. La cabeza tiende a girar, casi por instinto, por obligación. Con los músculos del cuello procura mantenerla firme al frente, con los ojos dirigidos hacia la diapositiva brillante en la pantalla de la computadora. Intenta unos segundos, falla, vuelve a controlar la dirección de la mirada, hasta que por fin se rinde rompiendo el leve hechizo de concentración. Y así el ciclo comienza una vez más. Un mensaje, insignificante. Una notificación que motiva la navegación pasiva en el mar de publicaciones, unas graciosas, alguna foto interesante, un poema. Todo al cabo de un rato se vuelve superficial, ya poco importa lo que está en la pantalla, solo cuenta el hecho de estar allí dentro, abstraído en ese micro mundo sin obligaciones, sin parciales, sin tiempo, sin presiones. El parcial. Rápidamente presiona el botón de salir, aunque sabe muy bien que su mente se quedó allí, pensando en las historias por ver, o los comentarios de la última publicación. Los ojos vuelven a la diapositiva, y la cabeza de a poco también. Dos, tres, cuatro renglones y una nueva idea por asimilar. “Esto lo recuerdo de clase ¿cómo era?” El concepto va tomando forma arrastrado por el recuerdo de meses atrás. Quizás un café estaría bien, es media tarde y el haber madrugado empieza a pesar en los párpados. “Aún no”. Una diapositiva nueva salta al centro de la pantalla: un centenar de letras recubren el fondo blanco casi sin dejar espacios libres. Antes de siquiera empezar a leer todo aquello se levanta en busca de café. Pasan los minutos mientras se prepara la taza, calienta el agua y trata de desconectar un poco la mente. Vuelve a la habitación con el café humeante entre las manos. En un rato habrá otro, o tal vez sea mate. Pero ya no importa eso, solo es costumbre transformada en obligación; la necesidad de tener horarios para cada cosa y así conocer de antemano los pequeños momentos de escape al estudio. Un poco más tarde habrá también una pausa para cenar, que seguramente se extienda más de lo debido.

  Apoya la taza sobre la madera, imprimiendo en ésta una húmeda marca circular. Allí está la diapositiva esperándolo, los apuntes desprolijos en el cuaderno. De pronto, sobreviene la imperiosa necesidad de escuchar una canción que hace rato suena en su cabeza. La busca entre los archivos y enseguida está disfrutando sus acordes mientras el café caliente le templa la garganta. “Una canción más y me pongo a estudiar” Naturalmente esa canción despierta otras, y así comienza un laberinto musical que quién sabe dónde acabe. Un leve sentimiento de culpa se levanta en su espalda casi veinte minutos después, y de esa forma sabe que será la última melodía. Lee el primer párrafo, vuelve a dar un sorbo de café. Este concepto lo conoce, cree tenerlo claro, pero por si acaso empieza a repasarlo en su mente, se lo explica a sí mismo en voz alta luego. Siente frío en las rodillas. Un poco de sol le vendría bien. “Voy bien, estoy entendiendo hasta ahora. Avancé bastante hasta ahora”, se miente. Minutos después está sentado en la vereda, con los pies estirados en el piso y la cara al sol. La tibieza que este impregna en la piel de su rostro es un regalo divino a esta altura de su día.  Pasa más de una hora, las nubes van y vienen alternando las sombras de la tarde. Entra para preparar el mate y seguir estudiando. Avanza dos diapositivas, ahora la lectura se volvió constante y amena. Una serie de imágenes y esquemas se intercambian ahora por texto. Busca algún video de explicación para comprender un poco mejor; de reojo ve la pila de videos sugeridos en la plataforma, a la derecha de la pantalla. “Debería verlos luego, cuando termine de estudiar”. Las explicaciones del concepto vienen ahora desde la voz de algún profesor aleatorio en línea, gasta que por fin entiende. “Podría ver uno ahora y después sigo leyendo”. Así comienza la espiral que terminará media hora después con algún video que ni siquiera pensaba ver. Vuelve en sí, para seguir pasando las hojas de los apuntes, leer con dificultad la letra desprolija que tiñe el papel. “Necesito un descanso, podría ver un capítulo de la serie antes de comer”.

  Ahora está cenando, sentado a la mesa con su familia, y ya pasaron más de dos horas desde la última vez que estuvo estudiando. Una vez que está de vuelta en su habitación, con toda la casa en silencio, empiezan las dudas. Rápidamente y con preocupación se pone a repasar todo lo que le resta por leer; y al compararlo con el tiempo hasta la prueba, casi puede sentir su consternación creciente amontonarse y caer con estruendo al suelo. Qué hacer ahora? La presión aumenta en el cuello, el deseo de escapar y librarse de la situación ¿cómo llegar a tiempo con todo?
Un poco de música suave logra tranquilizarlo. La respiración lenta, un oasis de paz. “Debería estar estudiando”. Quizás ayude quedarse hasta tarde, ignorar las horas de sueño de la madrugada. ¿O ir a dormir y levantarse temprano? Otra vez está inundado de pensamientos negativos. “Es el cansancio”, “termino este tema y es todo por hoy”, “¿alcanzará?”. Sigue con la lectura, ahora con un leve aire de motivación, que ignora de dónde vino, pero agradece tanto como el sol tibio en la frente. “Estoy acá por mi decisión, debería estar disfrutando”. Pasa más de una hora y casi sin notarlo los temas fueron avanzando, pero no tanto como el cansancio. Está exhausto, la espalda adolorida de mantener el cuerpo sentado, la mente algo confundida y los párpados entornados. La luz del monitor le golpea los ojos, produciendo un creciente ardor.}

  Apaga todo y desconecta el mundo. Cae rendido golpeando el cuerpo pesado sobre el colchón frío. Estira un brazo para programar la alarma. “¿Debería leer algo más? No llego”. Mañana apenas salga el sol, todo el ciclo comenzará de vuelta: arrastrará su cuerpo hasta el escritorio e irá avanzando y retrocediendo, entre textos y distracciones, cafeína, comida innecesaria, preocupaciones, algunas canciones, y el imparable ahogo del tiempo. Hasta que por fin llegue el día y deba escupir lo aprendido, en una hora, plasmar sobre un papel en blanco lo que haya logrado extraer de toda esta experiencia.

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