Quizás redefinirse no debería
estar ligado a ninguna fecha o momento particular. Pero inevitablemente siempre
lo está. Muchos pueden ser los detonantes: una pérdida, una vuelta al sol, quedarse
sin trabajo, el comienzo de un nuevo año. Cada uno crea su camino y si le
funciona inventar un nuevo “yo” al cambiar el almanaque, o al cumplir años, o el
acontecimiento que sea, está perfecto. Existen tantos modos de llegar a la
identidad como personas en el planeta.
El cambio de año en particular
es una época muy propicia y casi generalizada para reinventarse. Todo el mundo
quiere empezar el año con el pie derecho, corregir errores y encontrar mejores
rumbos, inundar el año entrante con propósitos que parecen excelentes metas y
luego se van desvaneciendo al pasar los meses. Es así que al llegar esta época nos
vemos inundados de presiones sociales (que, como siempre terminan siendo
presiones auto inducidas), frases hechas, historias de vida en redes sociales y
cientos de imágenes más; que nos van empujando y poco a poco instalan la idea de
que es prácticamente obligatorio renovarse, cambiar, hacer del “año nuevo vida
nueva” un poderoso mantra que nos haga sentir mejor.
El cambio es, en cierto punto,
una droga a la que nadie se puede negar, por más miedo que prometa cruzar el
umbral a veces, termina siendo una sensación muy poderosa verse al otro lado de
uno mismo, reconocerse viviendo una nueva vida. A veces los cambios llegan
contra nuestra voluntad y nos sacuden la existencia; pero otras somos nosotros
los que vamos tras sus beneficios.
Además, cabría preguntarse: ¿Qué
nos hace tan fanáticos del cambio en año nuevo?
Obviamente para intentar
responder habría que dejar de lado al mercado, que como siempre se cuela en
todas las cuestiones humanas, ofreciéndonos en este caso la idea del cambio de
manera superficial para acabar vendiéndonos algún producto.
Pero podría pensarse que el
hecho de que la llegada de un nuevo año acompañada de una ilusión generalizada
por obtener una nueva forma de vivir, parte de un descontento muy profundo con
la vida propia, la palpable y cotidiana. A veces las cuestiones ligadas a la
felicidad de cada uno van alejadas de las necesidades propias de la vida
moderna, la economía, el mundo laboral y los detalles que le aportan color a
los días giran constantemente en un huracán de obligaciones y escapadas a la
rutina, y de vez en cuando algún afortunado puede presenciar su cruce.
Por tanto, nos aterra la
certeza de que todo el ciclo comienza de vuelta, entonces necesitamos
aferrarnos a la idea de que esta vez lo atravesaremos de manera distinta, que
seremos una nueva persona. Escribir en el muro del deseo con letra firme
nuestros propósitos, para que oficien de mapa a lo largo de los días, y así no
parezca tan abrumadora la incertidumbre de lo que pueda pasar, ya que
caminaremos con la ilusión de llevar el timón.
El final de año carga con una energía
muy positiva en general, puede percibirse en el relacionamiento entre las
personas, la familia, y hasta con nosotros mismos; y una vez que termina esa
energía se estabiliza cayendo en una especie de limbo los primeros días del
siguiente año, donde nos cuesta acomodarnos en las horas y la rutina. Es por
esto que, de solo pensar que todo empezará de vuelta, y que nos hará falta atravesar
una vez más por el largo invierno hasta volver a este punto, puede parecer
desalentador.
De todas maneras, estoy
convencido que no hay nada más poderoso como motivación de vida que estar en
constante construcción. Seríamos contrarios a nuestra propia naturaleza si no
fuera así. Hay dos visiones en cuanto a los acontecimientos de la vida: se
puede actuar de víctimas, sufriendo por todo lo que nos pasa como si el mundo
estuviera empeñado en empujarnos para atrás, quejándonos y en constante comparación
con estándares ajenos; o se puede aceptar que el universo es impersonal, que
las cosas simplemente ocurren indiferentes a nuestra propia existencia. Nada
conspira a nuestro favor, pero aún mejor: nada conspira en nuestra contra.
Entonces al abrazar esta realidad, se nos confiere el enorme poder de convertirnos
en dueños de nuestro camino, podemos crear nuestros propósitos y avanzar dando
pasos hasta alcanzarlos. Siempre usando los acontecimientos como aprendizaje,
incorporando todo lo que se pueda en la búsqueda del destino, llevando las
relaciones como pilares que nos ayuden a sostenernos entre todos en esta
incertidumbre de la vida cotidiana y lo que vendrá.
Y al final del año, si
logramos sortear las desigualdades de partida, habremos llegado a la meta, y
una vez allí, crear nuevos horizontes y estar preparados para recomenzar el
ciclo.
Comentarios
Publicar un comentario