Ir al contenido principal

El constructor

Pasó los días construyendo en su mente un lugar seguro y apacible. Un espacio al cual pudiera acudir en los momentos más duros, o incluso para recostarse en las pausas de la rutina. 

A cada momento iba moldeando su hogar imaginario, redecorando rincones, agregando nuevas habitaciones, expandiendo colores. No era un sitio estático, sino todo lo contrario, las cosas se iban moviendo y cambiando de lugar o forma de acuerdo a los estados de ánimo. Siempre había un detalle novedoso, aunque la esencia permanecía intacta: la calma sostenía las paredes.

Así, de acuerdo a sus necesidades, iba acudiendo a recuerdos felices, momentos atesorados lejos de todo pensamiento oscuro, algún aroma que lo transportaba a otra época, una textura de su infancia; todo ello formaba su lugar de paz. A veces, recostado en la cama al final del día, su mente lo llevaba a ese bálsamo de energía, donde su ser extraviado caía rendido ante el sueño.

Pero sin embargo, con el devenir de los días y las vibraciones propias del mundo más allá de los límites de su cabeza, el real y tangible; su palacio se fue desmoronando casi más rápido de lo que se iba construyendo. Y en esa batalla constante de crear y destruir, una noche terminó por caer en la desidia. Se dio cuenta de que nada podía hacer, todos sus esfuerzos eran inútiles. Allí tirado sobre las ruinas de lo que una vez fue su lugar pacífico, ninguna ilusión alcanzaba ya para hacerlo levantarse.

El ruido del mundo empezó a aturdirlo. Los cimientos de su mente toda flaquearon con el paso del tiempo. Y acabó por desmoronarse, él también, perdido para siempre a merced de los movimientos del exterior, que lo llevaron de un lado a otro, lejos de su voluntad. 

Algunos días despertaba con un leve e inexplicable optimismo, entonces seguía firme, ladrillo por ladrillo, convertido en guardián de su propio ser, cuidándolo como si fuera un niño al que debía calmar.  

Fue en uno de esos oasis de optimismo cuando una idea apareció, ya no como una solución, sino como un llevadero paliativo para sus pesados días. Comenzó a transformar la manera en que veía las ruinas de su palacio, los restos de lo que fue su lugar calmado ahora eran piezas de arte. Cada escombro era un objeto para ser mostrado a los demás, cada rincón destrozado guardaba historias, todo resto de polvo no eran más que sus experiencias pulidas con paciencia, artesanías que podía dar a conocer. Entendió que es necesario construir para evitar ser destruido.

Así fue que transformó sus ruinas en arte, y con ello todo su ser cambió de rumbo. El lugar de paz ahora es su mente inspirada y sus obras son los ladrillos que van levantando una vez más su palacio, a pesar del mundo y de sí mismo.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La cena

  La espuma resbala lentamente por su antebrazo, hasta llegar deslizándose a la palma de la mano. La otra, que sostiene la esponja, dibuja círculos imaginarios sobre la superficie de un plato, mientras el agua tibia se va escabullendo entre las cosas hasta perderse por el desagüe de la pileta. A sus espaldas, el sonido sedante de las burbujas naciendo y muriendo en una danza de micro explosiones, moviéndose entre las paredes circulares de la olla hirviendo sobre el fuego azul. Levanta la mirada hacia el reloj, donde las agujas se han acomodado para marcar las once de la noche. Luego de terminar con el último resto de vajilla sucia, seca sus manos y gira el cuerpo para apagar la hornalla.  Al otro lado de la barra de madera que protege el frente de la mesada dejando una gran ventana rectangular, se encuentra el living penumbroso. Y en el silencio de la pieza, manchada con restos de luz que escapan de la cocina, alguien duerme estirado sobre el sillón. Su respiración suave dibuja un soni

Cenizas

Con las rodillas flexionadas y el cuerpo agazapado contra el cordón de la vereda, intenta proteger al fuego de los embates del viento que llegó con la medianoche. Este es su ritual de año nuevo. Sobre el asfalto frío los restos de calendarios van siendo consumidos por las llamas, y así el nuevo año va asomando al otro lado de la calle. Cuando era más joven, vio a su abuelo cumpliendo con esa tradición, ensimismado en su tarea, y desde ese día acostumbra quemar los restos del año al terminar el día.  Cientos de luces de colores iluminan el cielo de diciembre, los estruendos y algunos gritos llegan con el aire, y desde el suelo las llamas derriten los números ya sin sentido. Los días que fueron muy importantes, los días vacíos y solitarios, también esa fecha marcada que no podía olvidarse, todo está allí; aunque ahora todo eso es nada, un simple pedazo de papel ardiendo. Y apenas un montón de recuerdos en su memoria. Las cenizas del pasado abonan su presente, y mañana cuando salga el sol

Las palabras

  En ocasiones, las palabras se rehúsan a salir sin motivo aparente. Es así que los días pasan, amaneciendo con ganas de escribir, pero sin embargo, las horas se van, luciendo una hoja en blanco sobre el escritorio. En esos momentos me invade una extraña sensación, una especie de contradicción entre el deseo y las ganas, entre cuerpo y alma.   Hasta que cierto instante, sin forzarlo, tomo asiento en tranquilidad, con un lápiz en la mano, y las palabras empiezan a brotar, moviéndose constantes como hormigas en su camino. Muchas veces ni siquiera importa el sujeto de redacción, ni el propósito, o la intención; solo es preciso dejar que las oraciones vayan surgiendo, y los renglones quedando atrás, abarrotados de símbolos.   Luego de un espacio atemporal, medido en ensimismamiento mas que en minutos, el tema aparece por si solo, como siendo arrastrado por la inercia del propio movimiento del lápiz sobre el papel. Así sin más, todas las palabras empiezan a referirse a la misma cosa,