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Abril


Llegó abril y encontró la ciudad vacía. El inusual silencio en las calles, las plazas y los parques lo sorprendió cuando se preparaba para cambiar el aire tibio de marzo.

Incrédulo, comenzó a recorrer la ciudad esperando que todo fuera una ilusión, un desencuentro horario. Pero todo estaba igual a medida que atravesaba los caminos, sobrevolaba los espacios abiertos, las veredas.


Apenas si logró cruzarse con dos o tres almas inquietas que ni bien entraban en su vista iban a perderse al otro lado de las puertas. Ocultando sus cuerpos teñidos por la luz del sol. Allí detrás de todo ese laberinto de concreto, de casas amontonadas, detrás de todo aquello debería estar la vida, la misma vida que días atrás inundaba las esquinas con sus rutinas y movimientos. Pero ahora sus sonidos amortiguados por las anchas paredes de cara gris hacia el aire de la ciudad, no llegaban a hacerse notar. Quién sabe qué redes estarían tejiendo allí dentro para conectarse, en qué mundo ficticio se estarían apoyando para no sentirse tan aislados.


Sobrevoló uno a uno todos los rincones de la ciudad dormida, se alejó hasta poder observar su reflejo atónito en el espejo de una laguna serena. Atravesó los puentes donde el eco del río baña la soledad del verde, recorre la sombra de los árboles, y se detiene al chocar contra las paredes de la ciudad. Se detuvo un momento para observar que, bajo su manto de frío otoñal, los árboles comienzan a dejar ir sus hojas amarillentas, las sueltan al viento como ofrenda para adornar las veredas; esperando sin suerte que algún niño intrépido las haga crujir bajo la suela de sus zapatos.


Nos buscó por todas partes, pero no pudo hallarnos. Porque no estamos donde solíamos estar, ya nuestros pasos no recorren las calles, nuestras voces no retumban en las esquinas.


Vino abril a golpear nuestras ventanas con sus dedos de viento, a cubrir el silencio de las tardes con el barullo de ramas de árboles agitándose. Llegó abril y nosotros recluidos, aislados de sus colores y sus aires, presos de incertidumbre esperando que algo cambie. El calendario olvidado se lamenta en la pared de la cocina, y el reloj ahogado de monotonía se cansó de dar vueltas a la misma rutina.


Llegó abril y aquí estamos: en pausa, esperando que algo cambie.

Foto: Imagen de inkflo en Pixabay

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