La muerte llega, inevitablemente, en cualquier momento. No importa el tiempo, la situación, lo que sea que modifique nuestra vida cotidiana, para la muerte no hay barreras. Llega así sin más, sin temor a caer fuera de contexto.
Y aunque parezca a veces no tener sentido, de hecho todo depende del contexto, puede representar el fin de una lucha, engrandecerla, puede ser amenaza, violencia, pero sobre todo siempre es final.
Es en ese instante en que las redes tejidas a lo largo de la vida de ese ser, deben reorganizarse, o lo hacen por pura inercia.
Para el universo en general, la muerte es algo normal, cotidiano, y para cualquier animal sin la capacidad de razonar es una parte más de la vida.
En lo que respecta a lo humano, e influenciada de distintas maneras en las innumerables culturas, la muerte es algo mucho más significativo, plagado de incertidumbre, dolor, vacío, y hasta miedo.
Con el fallecimiento de una persona son muchos los cambios producidos en la concepción del mundo para quienes la rodeaban. Existe para cada ser humano una especie de submundo compuesto por sus costumbres, la gente con la que se relaciona, su trabajo, su casa, y su propia manera de interpretar el universo; en el momento de perecer todo esto queda a la deriva.
Somos por instinto animales sociales, entonces es lógico que cuando alguien muere miles de preguntas y sentimientos vengan a nuestra cabeza, tratando de direccionar los lazos que nos unían, recuperar esa pieza que falta.
¿Qué pasa con todo el universo creado por la persona, donde van todas las cosas huérfanas de su creador, la rutina, las palabras, los sentimientos, la ropa, la casa, los proyectos, los deseos?
No puede terminar todo así, en un segundo. Y sin embargo lo hace, como una chispa repentina, que incendia todo resto de vida y lo convierte en polvo, silencio.
Alguien dijo que los humanos estamos hechos de historias, entonces, ¿qué pasa cuando esas historias pierden a su protagonista? Por supuesto que quedan para ser narradas por alguien más, aunque nunca sea igual contarlas sin la complicidad del otro delante.
¿Y qué son los muertos sino un recuerdo, una anécdota, una inolvidable enseñanza, una sonrisa congelada en el tiempo,un lugar frío y silencioso donde llevar flores, o un relato para contar con lágrimas en los ojos? Hay muertos que son símbolo, otros que son su profesión, su lucha, otros son una enfermedad, un accidente, pero los hay invisibles, muertos que nadie conoce, esos no son recuerdo porque éste se fue con ellos mismos.
Pero a pesar de que parezca injusto, la muerte es fundamental para mantener el orden en la naturaleza, para que todo siga funcionando, y qué mejor aliciente para una vida a veces gris y rutinaria, incomprendida, que el hecho de conocer el trágico destino que nos espera al final (o a mitad) del camino.
Y aunque parezca a veces no tener sentido, de hecho todo depende del contexto, puede representar el fin de una lucha, engrandecerla, puede ser amenaza, violencia, pero sobre todo siempre es final.
Es en ese instante en que las redes tejidas a lo largo de la vida de ese ser, deben reorganizarse, o lo hacen por pura inercia.
Para el universo en general, la muerte es algo normal, cotidiano, y para cualquier animal sin la capacidad de razonar es una parte más de la vida.
En lo que respecta a lo humano, e influenciada de distintas maneras en las innumerables culturas, la muerte es algo mucho más significativo, plagado de incertidumbre, dolor, vacío, y hasta miedo.
Con el fallecimiento de una persona son muchos los cambios producidos en la concepción del mundo para quienes la rodeaban. Existe para cada ser humano una especie de submundo compuesto por sus costumbres, la gente con la que se relaciona, su trabajo, su casa, y su propia manera de interpretar el universo; en el momento de perecer todo esto queda a la deriva.
Somos por instinto animales sociales, entonces es lógico que cuando alguien muere miles de preguntas y sentimientos vengan a nuestra cabeza, tratando de direccionar los lazos que nos unían, recuperar esa pieza que falta.
¿Qué pasa con todo el universo creado por la persona, donde van todas las cosas huérfanas de su creador, la rutina, las palabras, los sentimientos, la ropa, la casa, los proyectos, los deseos?
No puede terminar todo así, en un segundo. Y sin embargo lo hace, como una chispa repentina, que incendia todo resto de vida y lo convierte en polvo, silencio.
Alguien dijo que los humanos estamos hechos de historias, entonces, ¿qué pasa cuando esas historias pierden a su protagonista? Por supuesto que quedan para ser narradas por alguien más, aunque nunca sea igual contarlas sin la complicidad del otro delante.
¿Y qué son los muertos sino un recuerdo, una anécdota, una inolvidable enseñanza, una sonrisa congelada en el tiempo,un lugar frío y silencioso donde llevar flores, o un relato para contar con lágrimas en los ojos? Hay muertos que son símbolo, otros que son su profesión, su lucha, otros son una enfermedad, un accidente, pero los hay invisibles, muertos que nadie conoce, esos no son recuerdo porque éste se fue con ellos mismos.
Pero a pesar de que parezca injusto, la muerte es fundamental para mantener el orden en la naturaleza, para que todo siga funcionando, y qué mejor aliciente para una vida a veces gris y rutinaria, incomprendida, que el hecho de conocer el trágico destino que nos espera al final (o a mitad) del camino.
Comentarios
Publicar un comentario