Ir al contenido principal

Paredes


Las paredes no hablan, pero desde su quietud escuchan y lo ven todo. Testigos silenciosos de vivencias, encierros, noches largas y días ausentes. Pasa el tiempo, las personas, las familias, y ellas siguen ahí estoicas, acumulando recuerdos, coleccionando imágenes de las que nadie más oirá hablar nunca.

Las paredes nos aíslan, protegiéndonos del mundo, del viento y el frío en el invierno, separando nuestras camas de la noche oscura en las calles. Nos privan del barrio, sus transeúntes, tamizan las conversaciones de la esquina en la mañana, que llegan con palabras amortiguadas rebotando en la almohada tibia. Nos mantienen secos en las tardes de lluvia, acaparando para sí el olor a tortas fritas que solo deja escapar la grieta rebelde de una ventana. Aunque a veces con el tiempo la humedad empieza a ganar la batalla a base de constancia, sombreando los rincones blancos con manchas oscuras y olorosas.

Las paredes nos encierran, empujando nuestros cuerpos cautivos hasta mantenerlos presos de su geometría, vagando por sus esquinas, los angostos pasillos penumbrosos, sus puertas, sus ventanas luminosas. Y así, moviéndonos entre los límites de concreto seguimos jugando a imprimir en ellas más imágenes de la vida cotidiana, más siestas interminables, almuerzos, cenas, más miradas, diarios silencios.

Es cierto que las paredes nos aíslan, pero también nos unen a los nuestros, aquellos que por azar, elección o destino caminan junto a nosotros esta senda de construir un lugar en el mundo. Las paredes nos empujan a escuchar al otro, conocer sus pensamientos, construir momentos colectivos, recuerdos compartidos. Incluso a los que habitan sus casas en soledad, las paredes los invitan a escucharse, hacerse amigos de sus silencios, abrazarse. Encontrar dentro de cada uno ese ser apagado, encerrado por nuestras propias paredes, oculto tras la geometría impuesta por las obligaciones diarias. Reencontrarse. Trabajar en uno mismo, descansar y prepararse para volver a salir al mundo.

Si las paredes hablaran, seguramente podrían contarnos más de nuestra vida que lo que alcanzamos a saber nosotros mismos. En sus rincones estarían grabados como jeroglíficos todos los recuerdos, las preguntas y los momentos que alguna vez fueron vida en movimiento encerrada en el aire de alguna habitación. Y así, cada casa contribuiría con su parte, sus historias, y entre todas ayudarían a construir el gran libro de la memoria colectiva. La ciudad entera estaría convertida en una enorme biblioteca, y sus paredes rezarían las historias de todos sus habitantes. Pasado y presente entrelazados en los muros, testigos silenciosos de la realidad.

Foto: Imagen de SnapwireSnaps en Pixabay

Comentarios

  1. Me trajiste a la memoria, por asociación de ideas, dos versos del Poema SOLEDAD de Santos Inzaurralde
    Retornar a las horas de la infancia
    Y en lejanos minutos polvorientos,
    colocar en la luz, queridas sombras,
    las añoradas sombras del recuerdo

    Y estar allí, feliz con los que quise;
    maduro ya, para abrigarme el pecho
    otra vez , como ayer, junto a mis padres,
    y a tantos corazones que no han vuelto.

    "CUANTOS RECUERDOS APRISIONAN ESAS PAREDES"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Excelente! Un grande Santos, siempre despertando tantas sensaciones con sus versos, que sin duda forman parte del paisaje de la ciudad. Saludos!

      Eliminar
  2. Un gusto de relato. ¡Muy bien escrito!
    Cometa.

    ResponderEliminar
  3. Es también momento, con tu relato, de darnos cuenta que estamos en una situación privilegiada. Darse cuenta de las comodidades que, a lo mejor, otras personas no tienen. Me ha gustado mucho. Si mis paredes hablaran me dejarían asombrada jeje! Un saludo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si así es, algunos somos privilegiados de tener un hogar donde buscar la manera más cómoda y llevadera de pasar por esto; hay muchas personas que no tienen eso y todo se les hace mucho más complicado.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La cena

  La espuma resbala lentamente por su antebrazo, hasta llegar deslizándose a la palma de la mano. La otra, que sostiene la esponja, dibuja círculos imaginarios sobre la superficie de un plato, mientras el agua tibia se va escabullendo entre las cosas hasta perderse por el desagüe de la pileta. A sus espaldas, el sonido sedante de las burbujas naciendo y muriendo en una danza de micro explosiones, moviéndose entre las paredes circulares de la olla hirviendo sobre el fuego azul. Levanta la mirada hacia el reloj, donde las agujas se han acomodado para marcar las once de la noche. Luego de terminar con el último resto de vajilla sucia, seca sus manos y gira el cuerpo para apagar la hornalla.  Al otro lado de la barra de madera que protege el frente de la mesada dejando una gran ventana rectangular, se encuentra el living penumbroso. Y en el silencio de la pieza, manchada con restos de luz que escapan de la cocina, alguien duerme estirado sobre el sillón. Su respiración suave dibuja un soni

Cenizas

Con las rodillas flexionadas y el cuerpo agazapado contra el cordón de la vereda, intenta proteger al fuego de los embates del viento que llegó con la medianoche. Este es su ritual de año nuevo. Sobre el asfalto frío los restos de calendarios van siendo consumidos por las llamas, y así el nuevo año va asomando al otro lado de la calle. Cuando era más joven, vio a su abuelo cumpliendo con esa tradición, ensimismado en su tarea, y desde ese día acostumbra quemar los restos del año al terminar el día.  Cientos de luces de colores iluminan el cielo de diciembre, los estruendos y algunos gritos llegan con el aire, y desde el suelo las llamas derriten los números ya sin sentido. Los días que fueron muy importantes, los días vacíos y solitarios, también esa fecha marcada que no podía olvidarse, todo está allí; aunque ahora todo eso es nada, un simple pedazo de papel ardiendo. Y apenas un montón de recuerdos en su memoria. Las cenizas del pasado abonan su presente, y mañana cuando salga el sol

Las palabras

  En ocasiones, las palabras se rehúsan a salir sin motivo aparente. Es así que los días pasan, amaneciendo con ganas de escribir, pero sin embargo, las horas se van, luciendo una hoja en blanco sobre el escritorio. En esos momentos me invade una extraña sensación, una especie de contradicción entre el deseo y las ganas, entre cuerpo y alma.   Hasta que cierto instante, sin forzarlo, tomo asiento en tranquilidad, con un lápiz en la mano, y las palabras empiezan a brotar, moviéndose constantes como hormigas en su camino. Muchas veces ni siquiera importa el sujeto de redacción, ni el propósito, o la intención; solo es preciso dejar que las oraciones vayan surgiendo, y los renglones quedando atrás, abarrotados de símbolos.   Luego de un espacio atemporal, medido en ensimismamiento mas que en minutos, el tema aparece por si solo, como siendo arrastrado por la inercia del propio movimiento del lápiz sobre el papel. Así sin más, todas las palabras empiezan a referirse a la misma cosa,