Ir al contenido principal

¿Para qué opinar?

Conforme el hombre desarrolló su capacidad de pensamiento y análisis, seguramente comenzó a ver las diferentes situaciones de la vida cotidiana en nuevas perspectivas, observándolas desde muchos ángulos, buscando la mejor manera de explicar los sucesos para conseguir un eficiente desempeño o superar las dificultades.

Tiempo después, como consecuencia de la gran diversidad de formas de ver el mundo como personas en la sociedad, es probable que haya surgido esa casi inevitable actitud de dar la opinión propia ante cualquier situación; muchas veces con la intención de brindarle al otro una ayuda, o cuando solicitan nuestro pensamiento acerca de algún tema de interés, pero lamentablemente también existe otro tipo de opinión que es a veces tan despreciable como innecesaria, y es aquella dirigida a juzgar o tratar de entender el quehacer de otra persona.

Años atrás, muchas de estas opiniones quedaban encerradas en conversaciones privadas, en el seno de una familia, o en alguna otra charla aislada. Pero en los tiempos que corren, con el advenimiento de las redes sociales, las opiniones van de aquí para allá, aparecen por todas partes sin importar el tema o la persona en cuestión, todo esto de carácter público; y acaban por inundar todas las pantallas de verborragia totalmente fuera de lugar, cargadas con altas dosis de ignorancia y faltas de respeto.

La gente parece creerse libre de volcar su opinión impunemente en cualquier parte, sobre lo que sea, incluso en las circunstancias más sensibles y que les resultan absolutamente ajenas. De todas maneras es claro que las mismas redes sociales que potencian esto, poseen las herramientas necesarias para mantenerse alejado  y/o evitar estas incomodas y a veces molestas cuestiones.

Habitualmente se crea una suerte de telenovela de cada caso policial expuesto por los medios de comunicación, donde el público logra caer tan bajo como para seguir diariamente la trama desparramada constantemente entre los medios y las redes; calculando quien sería el asesino, elaborando perfiles, criticando a las propias víctimas, e incluso sacando conclusiones basadas en su visión mediocre de la realidad llegan a juzgar a un culpable.

Quizás el mayor problema en esto,  es cuando las situaciones abandonan el mundo virtual y se trasladan a la realidad; aquí pueden verse linchamientos retrógrados al culpable (o no) de turno, o invasiones multitudinarias a un lugar tan privado y doloroso como un sepelio, para despedir a un niño que no conocieron, como si se tratase del artista más popular y carismático del país.

En lo personal, y a modo de reflexión final, creo obviamente que cada uno es libre de opinar sobre lo que quiera, pero debe tenerse mucho cuidado de hacerlo públicamente cuando se trata de situaciones sensibles para el otro, para no caer en la banalización de temas serios y dolorosos, que puedan lastimar de forma irreversible la vida o memoria de un ser humano. Para ello es un buen ejercicio intentar colocarse en el lugar del otro, e imaginar qué sentimientos aflorarían en nosotros si tuviésemos que enfrentar opiniones públicas y livianas sobre nuestra propia vida.

El azar gobierna nuestra realidad, y mañana puedes ser tu el que aparezca llorando en televisión, mientras otro te observa, sentado frente a un teclado de computadora, bebiendo tranquilamente su café.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La cena

  La espuma resbala lentamente por su antebrazo, hasta llegar deslizándose a la palma de la mano. La otra, que sostiene la esponja, dibuja círculos imaginarios sobre la superficie de un plato, mientras el agua tibia se va escabullendo entre las cosas hasta perderse por el desagüe de la pileta. A sus espaldas, el sonido sedante de las burbujas naciendo y muriendo en una danza de micro explosiones, moviéndose entre las paredes circulares de la olla hirviendo sobre el fuego azul. Levanta la mirada hacia el reloj, donde las agujas se han acomodado para marcar las once de la noche. Luego de terminar con el último resto de vajilla sucia, seca sus manos y gira el cuerpo para apagar la hornalla.  Al otro lado de la barra de madera que protege el frente de la mesada dejando una gran ventana rectangular, se encuentra el living penumbroso. Y en el silencio de la pieza, manchada con restos de luz que escapan de la cocina, alguien duerme estirado sobre el sillón. Su respiración suave dibuja un soni

Cenizas

Con las rodillas flexionadas y el cuerpo agazapado contra el cordón de la vereda, intenta proteger al fuego de los embates del viento que llegó con la medianoche. Este es su ritual de año nuevo. Sobre el asfalto frío los restos de calendarios van siendo consumidos por las llamas, y así el nuevo año va asomando al otro lado de la calle. Cuando era más joven, vio a su abuelo cumpliendo con esa tradición, ensimismado en su tarea, y desde ese día acostumbra quemar los restos del año al terminar el día.  Cientos de luces de colores iluminan el cielo de diciembre, los estruendos y algunos gritos llegan con el aire, y desde el suelo las llamas derriten los números ya sin sentido. Los días que fueron muy importantes, los días vacíos y solitarios, también esa fecha marcada que no podía olvidarse, todo está allí; aunque ahora todo eso es nada, un simple pedazo de papel ardiendo. Y apenas un montón de recuerdos en su memoria. Las cenizas del pasado abonan su presente, y mañana cuando salga el sol

Las palabras

  En ocasiones, las palabras se rehúsan a salir sin motivo aparente. Es así que los días pasan, amaneciendo con ganas de escribir, pero sin embargo, las horas se van, luciendo una hoja en blanco sobre el escritorio. En esos momentos me invade una extraña sensación, una especie de contradicción entre el deseo y las ganas, entre cuerpo y alma.   Hasta que cierto instante, sin forzarlo, tomo asiento en tranquilidad, con un lápiz en la mano, y las palabras empiezan a brotar, moviéndose constantes como hormigas en su camino. Muchas veces ni siquiera importa el sujeto de redacción, ni el propósito, o la intención; solo es preciso dejar que las oraciones vayan surgiendo, y los renglones quedando atrás, abarrotados de símbolos.   Luego de un espacio atemporal, medido en ensimismamiento mas que en minutos, el tema aparece por si solo, como siendo arrastrado por la inercia del propio movimiento del lápiz sobre el papel. Así sin más, todas las palabras empiezan a referirse a la misma cosa,