Conforme el hombre desarrolló su capacidad de pensamiento y análisis, seguramente comenzó a ver las diferentes situaciones de la vida cotidiana en nuevas perspectivas, observándolas desde muchos ángulos, buscando la mejor manera de explicar los sucesos para conseguir un eficiente desempeño o superar las dificultades.
Tiempo después, como consecuencia de la gran diversidad de formas de ver el mundo como personas en la sociedad, es probable que haya surgido esa casi inevitable actitud de dar la opinión propia ante cualquier situación; muchas veces con la intención de brindarle al otro una ayuda, o cuando solicitan nuestro pensamiento acerca de algún tema de interés, pero lamentablemente también existe otro tipo de opinión que es a veces tan despreciable como innecesaria, y es aquella dirigida a juzgar o tratar de entender el quehacer de otra persona.
Años atrás, muchas de estas opiniones quedaban encerradas en conversaciones privadas, en el seno de una familia, o en alguna otra charla aislada. Pero en los tiempos que corren, con el advenimiento de las redes sociales, las opiniones van de aquí para allá, aparecen por todas partes sin importar el tema o la persona en cuestión, todo esto de carácter público; y acaban por inundar todas las pantallas de verborragia totalmente fuera de lugar, cargadas con altas dosis de ignorancia y faltas de respeto.
La gente parece creerse libre de volcar su opinión impunemente en cualquier parte, sobre lo que sea, incluso en las circunstancias más sensibles y que les resultan absolutamente ajenas. De todas maneras es claro que las mismas redes sociales que potencian esto, poseen las herramientas necesarias para mantenerse alejado y/o evitar estas incomodas y a veces molestas cuestiones.
Habitualmente se crea una suerte de telenovela de cada caso policial expuesto por los medios de comunicación, donde el público logra caer tan bajo como para seguir diariamente la trama desparramada constantemente entre los medios y las redes; calculando quien sería el asesino, elaborando perfiles, criticando a las propias víctimas, e incluso sacando conclusiones basadas en su visión mediocre de la realidad llegan a juzgar a un culpable.
Quizás el mayor problema en esto, es cuando las situaciones abandonan el mundo virtual y se trasladan a la realidad; aquí pueden verse linchamientos retrógrados al culpable (o no) de turno, o invasiones multitudinarias a un lugar tan privado y doloroso como un sepelio, para despedir a un niño que no conocieron, como si se tratase del artista más popular y carismático del país.
En lo personal, y a modo de reflexión final, creo obviamente que cada uno es libre de opinar sobre lo que quiera, pero debe tenerse mucho cuidado de hacerlo públicamente cuando se trata de situaciones sensibles para el otro, para no caer en la banalización de temas serios y dolorosos, que puedan lastimar de forma irreversible la vida o memoria de un ser humano. Para ello es un buen ejercicio intentar colocarse en el lugar del otro, e imaginar qué sentimientos aflorarían en nosotros si tuviésemos que enfrentar opiniones públicas y livianas sobre nuestra propia vida.
El azar gobierna nuestra realidad, y mañana puedes ser tu el que aparezca llorando en televisión, mientras otro te observa, sentado frente a un teclado de computadora, bebiendo tranquilamente su café.
Tiempo después, como consecuencia de la gran diversidad de formas de ver el mundo como personas en la sociedad, es probable que haya surgido esa casi inevitable actitud de dar la opinión propia ante cualquier situación; muchas veces con la intención de brindarle al otro una ayuda, o cuando solicitan nuestro pensamiento acerca de algún tema de interés, pero lamentablemente también existe otro tipo de opinión que es a veces tan despreciable como innecesaria, y es aquella dirigida a juzgar o tratar de entender el quehacer de otra persona.
Años atrás, muchas de estas opiniones quedaban encerradas en conversaciones privadas, en el seno de una familia, o en alguna otra charla aislada. Pero en los tiempos que corren, con el advenimiento de las redes sociales, las opiniones van de aquí para allá, aparecen por todas partes sin importar el tema o la persona en cuestión, todo esto de carácter público; y acaban por inundar todas las pantallas de verborragia totalmente fuera de lugar, cargadas con altas dosis de ignorancia y faltas de respeto.
La gente parece creerse libre de volcar su opinión impunemente en cualquier parte, sobre lo que sea, incluso en las circunstancias más sensibles y que les resultan absolutamente ajenas. De todas maneras es claro que las mismas redes sociales que potencian esto, poseen las herramientas necesarias para mantenerse alejado y/o evitar estas incomodas y a veces molestas cuestiones.
Habitualmente se crea una suerte de telenovela de cada caso policial expuesto por los medios de comunicación, donde el público logra caer tan bajo como para seguir diariamente la trama desparramada constantemente entre los medios y las redes; calculando quien sería el asesino, elaborando perfiles, criticando a las propias víctimas, e incluso sacando conclusiones basadas en su visión mediocre de la realidad llegan a juzgar a un culpable.
Quizás el mayor problema en esto, es cuando las situaciones abandonan el mundo virtual y se trasladan a la realidad; aquí pueden verse linchamientos retrógrados al culpable (o no) de turno, o invasiones multitudinarias a un lugar tan privado y doloroso como un sepelio, para despedir a un niño que no conocieron, como si se tratase del artista más popular y carismático del país.
En lo personal, y a modo de reflexión final, creo obviamente que cada uno es libre de opinar sobre lo que quiera, pero debe tenerse mucho cuidado de hacerlo públicamente cuando se trata de situaciones sensibles para el otro, para no caer en la banalización de temas serios y dolorosos, que puedan lastimar de forma irreversible la vida o memoria de un ser humano. Para ello es un buen ejercicio intentar colocarse en el lugar del otro, e imaginar qué sentimientos aflorarían en nosotros si tuviésemos que enfrentar opiniones públicas y livianas sobre nuestra propia vida.
El azar gobierna nuestra realidad, y mañana puedes ser tu el que aparezca llorando en televisión, mientras otro te observa, sentado frente a un teclado de computadora, bebiendo tranquilamente su café.
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