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Pero, con el cuerpo oculto tras un árbol, o agachado al otro lado de algún arbusto; absolutamente envuelto en su inocencia, el niño puede llegar a ignorar que parte de su cuerpo está descubierto develando así su ubicación. Años después, ya en la vida adulta, continuamos interpretando este juego, a veces casi con la misma inocencia, pero con el fin de adaptarnos e integrarnos a la vida en sociedad.
Cualquier ser medianamente observador, lo suficientemente detallista y empático, puede detenerse y encontrar en el otro su propio juego, sus escondites preferidos y todo lo que intenta ocultar detrás de las actitudes, palabras y comportamientos. Es así que día a día podemos toparnos por las calles, en un salón de clases, sobre un escenario, en un cargo político, en un estadio, o en cualquier parte; con violencia, abandono, amor, miedo, respeto, o soledad. Todos ellos experiencias de vida e infancia, que como piezas construyen las personalidades que nos rodean.
Absolutamente todos tenemos escondites, algunos son los que elegimos decididamente, amparados en la libertad de poder seleccionar lo que mostramos al mundo de nosotros mismos; pero la mayoría de las veces los escondites escapan a nuestra determinación, nos forjan como seres humanos, nos cambian y nos definen...
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