Cae la tarde al fin, el sol se oculta y el día baja fresco. Sólo las aves parecen ser testigos de la brisa que recorre las calles.
Al otro lado: yo. Entre cuatro paredes, coronado por un techo viejo que apenas si oculta el cielo aletargado sobre mi cabeza. La espalda recta sobre el respaldo, y los brazos algo agazapados sobre el escritorio de madera; donde descansando entre un cuaderno en blanco y una taza de té humeante, mi tarde se convierte en noche.
Y justo en ese instante, cuando las luces de la ventana se van apagando y la habitación se tiñe de sombras; sobreviene un recuerdo como un destello. Recuerdo una esquina de luz, quizás la más brillante de toda la ciudad dormida. Pequeños rostros perdidos, azotando las veredas, a paso lento. Un perro callejero se pega a dos almas, y luego a otras dos, caminando a un costado de la madrugada y la expectativa. Luego desaparece como si nada, dejando atrás lo que pueda ocurrir.
Recuerdo una mirada justo encima de una sonrisa, colocadas al otro lado de la pared. Escucho aquello que ambas tratan de decirme, que es lo que yo mismo quisiera esbozar, y está implícito en el momento. Lo que acontece después de este sueño, también lo recuerdo así de claro, así de sincero.
Aquí en esta noche, ya el té se ha terminado, dejando solo a mi cuerpo envuelto entre las sombras.
¿Y qué me queda ahora de todo aquello?
Solo estas palabras y un nuevo mundo por descubrir...
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