Estoy sentado junto al fuego. Las piernas estiradas, acercándose gentilmente al borde de la estufa, apoyadas una sobre la otra. El respaldo del banco sobre el que estoy sentado me está matando, su madera me presiona la espalda haciendo algo incómoda mi posición. Pero aun así estoy a gusto. Entre las manos una taza de té caliente es mi única compañía en la noche. Afuera todo está sereno, apenas de vez en cuando se escucha la voz lejana de algún transeúnte desconocido.
Hace un rato en la TV alguien pronosticaba tiempo lluvioso para toda la semana. Quizás tenga razón, desde esta mañana se puede respirar la humedad en el aire, pegándose a los pisos, las paredes y al frío de las habitaciones. “Una semana de lluvia” pensé. La idea ciertamente no me desagrada, amo los días de lluvia.
Una semana de lluvia. Una semana de calles empapadas, de ropa mojada. Una semana de café caliente y música suave por la tarde. Una semana de noches con las gotas de lluvia musicalizando el techo de mi cuarto. Siete días de mojarme los pies en la calle, de pisar los charcos y las veredas inundadas. Perdí mi paraguas hace unos días, me hará falta cuando deba salir a la calle. De todas formas, estaba roto y poco servía ya.
Por un momento agradezco mi realidad. Podría ser una semana de mi casa inundada. Siete días de incertidumbre, de comida comunitaria. Siete noches de compartir gimnasio público con otros como yo y no poder dormir. Una semana de todas mis cosas empapadas, rotas, irrecuperables.
Pero no. Apenas si tendré que preocuparme por los charcos de agua junto a la pared de la sala, alimentados desde el filo de la ventana por diminutos ríos que corren cual arterias de sangre incolora. O por la aparición de goteras aisladas, que brotan de los techos castigados por la insistencia de la lluvia.
El té se terminó. Dejo la taza en el piso, junto al banco. Las últimas brasas de la estufa aún me calientan la planta de los pies, que han ido acercándose a medida que el fuego fue perdiendo fuerza. Una semana de lluvia. Una semana de escuchar Radiohead viendo la lluvia golpear la calle al otro lado de mi ventana. Siete poemas de Alfonsina que desafían la melancolía de la medianoche silenciosa. Siete días de escribir al ritmo de la lluvia. Quizás algo más de inspiración venga con los días grises y apagados. O tal vez la melancolía le gane a todo y me apague lentamente hasta que salga el sol.
Ya el fuego se consumió por completo, como mis energías para seguir levantado. Me voy a la cama. Seguramente mañana cuando despierte, la semana habrá comenzado al fin. Una más. Una semana de lluvia.
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