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Vida Pública


 La otra noche desperté en un sueño. Me fui a dormir muy pacíficamente enredado entre las sábanas tibias de mi cama, esperando que al despertar todo estuviera en su lugar habitual: la mesa de luz con el libro de Onetti sosteniendo el celular, las camperas colgando en la pared opuesta, y la luz colándose entre las cortinas hasta tocar los pies de la cama. Pero nada fue como esperaba. Desperté muy lejos de allí, en un lugar desconocido y una escena bastante extraña. Al principio me sentí relajado, no sé por qué estuve consciente de que todo aquello era un sueño, pero al pasar los segundos esa certeza se fue desvaneciendo, las imágenes eran absolutamente vívidas, nada parecía alejarse de la realidad. Habitualmente se está bastante entrenado para diferenciar la realidad de lo onírico, pero existen momentos donde todo se vuelve difuso y nuestra percepción no permite volcarse hacia ninguna de las posibilidades. Momentos reales que parecen increíbles y sueños que de tan realistas y vívidos confunden todos los límites. Lo cierto es que luego de pasar esos primeros momentos de apreciar el sueño e imaginar qué posibles y sorprendentes rumbos tomaría, empecé a ponerme algo ansioso porque crecía en mí la duda de encontrarme realmente en un sueño. Todo ello fue creciendo hasta que tuve la certeza de estar viviendo una situación totalmente real.
 Estaba yo parado en una especie de escenario improvisado, construido con unas tablas robustas formando un círculo perfecto, alrededor del cual se levantaban unas dos o tres filas de gradas también circulares, que rodeaban, sin dejar un solo espacio, toda la estructura sobre la que yo tenía apoyados los pies descalzos. Los pies descalzos. Fue lo primero que noté, al sentir el leve frío de la madera tocándome la piel. Esa sensación hizo brotar algo de extrañeza ya que recordaba pocas situaciones públicas en las que me encontrara con los pies desnudos por completo. Poco a poco iba tomando más consciencia de la situación y a medida que esto pasaba crecía en mí una gran incomodidad. En cierto momento me horroricé por completo, al percatarme que además de mis pies descubiertos al viento, también el resto de mi cuerpo lo estaba. Inmediatamente me sentí algo estúpido por no haberlo notado antes, pero lo cierto que ocurría algo extraño con esta escena. No podría haberlo explicado por completo al principio, pero conforme avanzaba el tiempo me di cuenta de que parecía ser que las cosas iban apareciendo a medida que tomaba consciencia de ellas. No puedo decir si estaban o no antes de eso, pero solo las iba viendo materializarse a medida que era plenamente consciente de que estaban allí. Así pasó con mis pies descalzos, con la plataforma sobre la que estaba parado, con las gradas y el público, en fin, con toda la escena. Acto seguido empecé a sentir el aire algo fresco rozándome la piel desnuda. Era realidad: estaría completamente desnudo de no ser por la ropa interior azul que vestía, como única defensa y límite último de la privacidad. ¿Qué hacía desnudo allí? No encontraba ninguna explicación lógica a esta pregunta, ni las razones que me habrían llevado a esa situación. 
 Nuevamente, de manera lógica, comenzó la duda de realidad o sueño por lo inverosímil del momento. Pero las sensaciones eran demasiado vívidas como para tratarse de un producto de mi mente. Mi interior era un total desastre, las dudas iban y venían por todas partes en mi cabeza, el cuerpo se me llenó de inseguridad, los más antiguos y desconocidos miedos empezaron a brotar por todas partes. Y yo no sabía por qué. En un momento me convertí también en un espectador de todo lo que pasaba dentro mío, mientras allá afuera el público continuaba prestando atención a mi presencia sobre el escenario. No tenía control ninguno sobre la situación, un simple espectador de mis emociones. Decidí que trataría de hacerme responsable de todo aquello, buscaría la forma de entender lo que ocurría y tratar de salir de esa situación. Llevé mi vista hacia la gente sentada cómodamente en sus asientos, y como era de esperar sus rostros no fueron revelados hasta que posé mi vista sobre ellos. Me sorprendí al hallar algunos rostros que me resultaban familiares, mezclados en el ruido general de los rostros desconocidos que quién sabe cómo llegaron allí. Seguía tratando de entender lo que pasaba, cuál era mi función en aquella inverosímil escena, qué hacía toda esa gente allí. ¿Qué buscaban saber? ¿cuál era el espectáculo del que yo era parte central? Infinitas preguntas hacían crecer mi incomodidad, hasta el punto de que la inseguridad empezó a hacer temblar mis rodillas. Me sentí muy vulnerable. Las personas en un momento empezaron a esbozar murmullos que iban creciendo en intensidad, pero no podía descifrar qué era lo que decían. Ahora me temblaba casi todo el cuerpo. A pesar del aire fresco sentí el sudor corriendo por mi piel, en ese momento me di cuenta de que estaba al borde del ataque de pánico. 
 Como último intento de dominar de alguna manera toda esa situación que no era capaz de controlar en absoluto, se me ocurrió acercarme a cualquiera de los rostros conocidos y contarle lo que pasaba, buscar algo de apoyo si no respuestas. Estaba desesperado. Gran parte de la vulnerabilidad nacía del hecho de no tener control de la situación, o al menos conocer algunos aspectos de ella para saber al menos qué esperar. Es normal sentirme muy incómodo en situaciones impredecibles. Decidí empezar a correr hacia el público, luego de ubicar y seleccionar uno de los rostros con el cual hablaría. No había dificultad para correr, no podía tratarse de un sueño. Me dejé llevar por el impulso de las piernas, la gente no estaba tan lejos, apenas unos metros, unos segundos de corrida. Nadie se inmutó por mis movimientos, y, a decir verdad, a pesar de que no me quitaban la vista de encima podría jurar que no me veían. Había algo extraño en sus ojos, no sé qué era, pero esos ojos no me estaban viendo. 
 Justo cuando estaba por alcanzar la línea de gente, a uno de los rostros familiares le brotó una mano que alzó por el aire, encima de su cabeza, al tiempo que lanzó un extraño grito y todo se desvaneció. Así sin más. De pronto estaba sentado en el borde de mi cama, completamente cubierto de sudor, y allí estaba todo lo demás como siempre: la mesa de luz con el libro de Onetti, el celular, las camperas y la delicada luz del sol golpeando la ventana de mi habitación.

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