Despojé al día de toda
subjetividad, poco a poco le fui quitando las horas, las responsabilidades, el
peso de su ubicación caprichosa dentro de la semana. Al principio me costó
bastante lograr desprenderlo de todo porque, para mi sorpresa, era mucha la carga.
Fui extrayendo una a una las expectativas, los horarios preestablecidos, y todo
lo que descansaba planificado en el calendario. Este último perdió total
sentido, hasta convertirse en una simple asociación impuesta como promesa de
orden, ajena al orden propio. Y, sin embargo, ambos yacen alineados hasta que
son forzados a separarse. Terminé por quitarle al día también mis horarios
autoimpuestos, los momentos designados para cada actividad rutinaria: los minutos
de almuerzo, la sobremesa, el espacio vacío entre la ducha y la hora de dormir.
Por último, acabé por extraer
hasta el clima. Me fue fácil, una vez que fui consciente de cuánta influencia
tenía sobre mí el sol del mediodía, o la lluvia suave durante la tarde, el
viento empujándome el pelo al atravesar las veredas. Porque no hay dos días con
el mismo cielo, ni la misma intensidad en los rayos del sol, cada uno es único
en sus colores, sus pequeños tonos de frío o calor, y sus vientos recorriendo
el aire en todas direcciones, cual pinceladas de algún artista invisible.
¿Y qué me quedó cuando logre
quitarlo todo? La nada. O todo, dependiendo de la mirada.
Allí estaba yo, sentado frente
al vacío de una hoja en blanco, al silencio del reloj empujándome a escribir.
Con las ideas brotando desde la cabeza, pero dispersándose rápidamente para ir
a llenar los infinitos vacíos que me rodeaban.
Allí estaba yo, mudo ante un sinfín de
posibilidades, que de tan variadas y numerosas terminaban por silenciarse entre
ellas. El día de pronto no era nada, porque al desarmarse perdió todo su
sentido, su forma y razón de ser.
Y yo acabé perdido, al
reconocerme abrumado en medio de un vacío de subjetividad, vagando entre horas
que no eran horas, soles que no eran soles, y una hoja en blanco repleta de
posibilidades inciertas.
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