Las calles silenciosas,
huérfanas de multitudes, de ruidos apresurados, con restos de rutinas
impostergables vagando solitarios en ellas; despiertan sorprendidas de a ratos
por los pasos inesperados de transeúntes extraviados. Tristes indiferentes de
sentido, que atraviesan las veredas buscando escapar quién sabe de qué,
haciendo caso omiso a las precauciones.
Los días pasan y el encierro
se vuelve rutina para algunos. De pronto las paredes de la casa ya no
representan descanso, ahora son los límites de un mundo conocido, explorado
hasta el cansancio. Un mundo estático, que permanece incambiado a través de los
días. La vida diaria acabó por desdibujarse, los horarios se confunden unos con
otros.
El país va cayendo lentamente
en la crisis, como dormido, o más bien como alguien que recién despierta y
sigue sin entender mucho qué sucede y hasta duda del límite entre la realidad y
el sueño. La economía tiembla entre paranoia y malas decisiones de quienes
deben velar por el bien común, el futuro de muchos se vuelve incertidumbre.
Pobreza. Los negocios cierran porque la gente está en sus casas, y más gente
llega a su casa sin trabajo, más familias empiezan ahora una difícil batalla
que ya no solo en contra un virus: ahora el futuro incierto y la desigualdad
empujan la puerta con fuerza. Ayer en la televisión mostraron ollas populares.
El tiempo temido parece regresar acelerado, traído de golpe en pocos días por
la crisis sanitaria.
Por momentos todo parece una
película.
Después de unos días negándome
a consumir demasiada información, el encierro y la alta exposición terminaron
por empujarme a devorar todo el tiempo informes y noticias, imágenes de todas
partes, cifras, pronósticos. Las horas se van entre pantallas, redes sociales y
noticieros. La alta cantidad de información y el fácil acceso a ella es nuestra
gran ventaja hoy día. Pero también es nuestro peor enemigo. La información
satura, por momentos solo genera paranoia; y además tristemente enmascara otras
realidades mucho peores.
No es el fin del mundo claro
está. Tampoco hay que negar el daño en diferentes aspectos que genera esta
crisis mundial. No hay que olvidar que mucha gente ha muerto. Pero por primera
vez está en nuestras manos la posibilidad de ayudar a controlar al menos en
parte la situación. ¿Estaremos a la altura de las circunstancias?
La gente aplaude desde su
balcón al personal de salud por las noches, y durante el día se amontona en los
supermercados y las emergencias. En época de redes sociales necesitan un simple
gesto fácil para compartir en las redes, y así sentir que salvan al mundo.
De a ratos emergen gestos de
solidaridad, buenas noticias para contrarrestar dos horas de noticiero
asustando a la gente y relacionando hasta los más insólitos temas con la
pandemia. Estas situaciones evidencian lo peor de las personas, aunque también
son una oportunidad de apreciar la gran cantidad de acciones solidarias y la
importancia de trabajar en conjunto para hacer frente a lo que sea.
Dudo que el mundo aprenda algo
de todo esto. Algunos pocos quizás cambien su estilo de vida, su forma de
pensar la realidad, o salgan de este tiempo con alguna enseñanza. Pero la gran
mayoría seguirá sintiéndose diferente durante un tiempo, creyendo que algo
cambió, acusando el golpe de no entender en realidad el alcance de todo esto;
hasta que las rutinas los consuman otra vez y vuelvan a caminar con la cabeza
hacia el suelo sin mirar a los costados, ciegos de sentido. El mundo seguirá
girando como lo hacía, indiferente, moviéndose paulatinamente hacia su futuro.
En las horas de aislamiento se
acumulan decenas de capítulos de series, películas, las páginas de los libros
se agitan delante de los ojos. Hay tiempo para aprender cosas nuevas, ver
videos postergados. Siempre llega un momento del día en que el aburrimiento se
apodera de la casa, entonces las siestas se alargan y la cabeza divaga en un
sinfín de pensamientos. De a ratos conversa una guitarra, se descubren nuevas
melodías, acordes. La música nueva florece para adornar cielos grises.
Las conferencias de prensa se
convirtieron en el programa televisivo predilecto a la hora de la cena. Los
rostros preocupados emergen de la pantalla, las medidas insuficientes y tardías
rebotan por las calles de la ciudad, la inseguridad ahora es transmitida en
vivo y en directo, haciendo que la incertidumbre se esparza casi tan rápido
como el virus.
En sus hogares muchos están
presos de sí mismos, de sus adicciones, sus conflictos; otros tantos se pasan
el día entero recluidos entre cuatro paredes con sus agresores, la violencia
fermenta en cuarentena carcomiendo los cimientos tambaleantes de la sociedad.
Muchos están solos, abrazando la soledad de su vejez, recibiendo el miedo como
alimento diario a través de la pantalla, único vínculo con una realidad que ya
los ha dejado a un costado desde hace tiempo.
Hacen falta abrazos, se
extrañan miradas, contactos. Tantos momentos antes subestimados se vuelven
ahora ferviente deseo.
El mundo en crisis no cabe
entre las paredes de nuestras casas. Pero aun así cada hogar será parte fundamental
de la nueva realidad que habrá que construir.
Ésta PANDEMIA como queda demostrado, nos arrastra a incentivar el plasmar en un excelente texto una pincelada de nuestras vivencias. A no dejar de teclear decíamos antes. A seguir pulsando. Un abrazo y felicitaciones
ResponderEliminarAsí es esta situación nos lleva a buscar salidas haciendo cosas que disfrutemos y el aislamiento nos permita. Gracias!
Eliminar¡Di que si! Todos podemos aportar nuestro granito de arena desde nuestras casas,ahora mas que nunca debemos quedarnos en ella para poder superar este virus lo antes posible,cuanto antes de conscience la gente antes saldremos de esta ...
ResponderEliminarSi todos aportamos lo nuestro desde nuestro lugar, saldremos cuanto antes de esto!
EliminarCada hogar es libre de llevarlo a la manera que mejor pueda y sepa. No es fácil, pero ver los noticiarios debería ser para lo justo o al menos así lo hago yo. Yo, me he propuesto ver menos televisión porque sino el que decaiga puede ser peor. Se te olvida la hipocondría. Muchos piensan que tienen algún caso de infección aunque no es así. Y lo cierto es que las noticias tienen mucho de culpa. Los falsos bulos, y la mala gestión de racionamiento de mascarillas y guantes. Bueno, sea por poco que sea, hacemos lo posible por estar bien, que no es poco. Otra cosa con lo que estoy de acuerdo es que el mundo no aprende, tantas calamidades hemos pasado a lo largo de la vida en el mundo, y la gente seguirá a lo suyo en unos días, en cuanto todo vuelva a la normalidad. Por que el ser humano olvida rápido. Me duele, y mucho.
ResponderEliminarTienes un merecidísimo voto. Me ha gustado mucho tu post. (Lo siento por la parrafada)
Si totalmente de acuerdo, si bien es necesario ver noticieros para mantenernos informados, el sobrecargarse de información es absolutamente perjudicial y más en nuestra condición de aislamiento.
EliminarMuchas gracias por tu comentario!