Encontré este texto perdido en un cuaderno viejo, le hice unos retoques y decidí subirlo aprovechando que hoy se celebra el Día Internacional del Libro. ¡Gracias por leer!
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Siempre que tomo un libro entre
las manos estoy esperando un viaje. Olvidarme por un rato de mi propia
historia, para vivir la de alguien más. Soltar mis diálogos, mis personajes y
sus andanzas; dejar todo esto a un lado para recorrer los paisajes escondidos
entre las hojas.
Me gustan las palabras y sus
sonidos. Verlas danzando unidas, mezcladas o asiladas. Solas flotando en un
renglón, entre punto y sangría. O amontonadas en un párrafo compacto, como un
escalón para ir subiendo a cada página.
Disfruto sentir la textura de las
hojas, su brillo, el contraste de la tinta que dibujan las letras, y también el
aroma que aflora cuando se separan inicio y final, ambas tapas abiertas para
que el espacio se llene con la mirada atenta del lector.
Prefiero los libros viejos, esos
amarillentos, algo ásperos al contacto, con olor a humedad y tiempo. De esos
que se encuentras en una feria, o escondidos en algún rincón de una anticuada
librería. Esos que quién sabe qué ojos estuvieron leyendo, qué manos los
abrieron con entusiasmo; otras historias sin duda se entrelazaron en el pasado
cuando otra alma conectó con las páginas guardadas.
A veces también me gustan los
libros nuevos y su brillo. La suavidad de la tapa reflejando la luz de mi
habitación, al aroma a nuevo, las hojas despegándose intactas y blancas, las
historias recién escritas con la tinta aun guardando retazos de las ideas del
escritor.
Los libros son eso: viajes,
silencios, historias pendientes que vuelven a empezar cada vez que alguien está
dispuesto a vivirlas, personajes cual amigos por conocer. Podrán venir
infinitas tecnologías que intenten emular las sensaciones, o contar sus
historias; pero nunca nada igualará la experiencia de leer un libro.
Imagen: foto de cdd20 en Pixabay
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