La marea lentamente se va retirando, llevándose consigo los recuerdos de una tormenta nocturna. Silenciosos niños descalzos recorren la arena de a saltos, atraviesan dispersos el laberinto de restos que adornan la arena. La playa se levanta inmensa y brillante bajo el sol de un nuevo día. Ecos de la tempestad aún resuenan mar adentro, llevados hacia el olvido por el movimiento pasivo del mar, dejando atrás horas de bullicio eléctrico, viento y luces violetas. Sobre la arena, extendida como una hoja en blanco a lo largo de los límites del agua, permanecen las huellas de las olas, impresiones desordenadas de remolinos que ahora se habrán diluido más allá de los límites de la vista, transformados en agua calma. Los niños resbalan, corren y saltan, deambulando entre los restos que el mar dejó olvidados en la playa. No buscan nada en particular, solo se van sorprendiendo con los misterios escondidos entre los escombros de la tormenta. Maderas carcomidas por el tiempo, redes de pesca extraviadas, cientos de plásticos, recuerdos de vida humana en forma de basura flotante ahora devuelta a tierra. La resaca en la playa va formando un mapa de un universo paralelo, muy parecido a este, con los mismos objetos, costumbres simétricas, un universo olvidado al otro lado del mar. Entre la basura algunos seres resisten aun después de la tormenta, pequeños restos de vida enredados entre desechos, arrastrados por la corriente lejos de su realidad. Los niños se amontonan apresurados cuando la vida se asoma entre los escombros, corren llevándola de vuelta al agua, y vuelven a los laberintos para seguir desentrañando los restos olvidados de la tempestad.
Antes que la tormenta llegara para restaurar el ciclo, ese universo de desechos y vida en movimiento estaba sumergido en la profundidad del mar, flotando de un lado a otro como recordatorio de vidas pasadas, antiguas costumbres y naufragios olvidados. Un mundo implícito barrido debajo de la alfombra azul. Y es cuestión de tiempo para que una nueva tormenta llegue con su furia a desenterrar una vez más los misterios de la marea.
El manto azul, lo estamos contaminando, pero siempre estaremos en el ojo del que no guarda el papelito en la bolsa para luego tirarla a la papelera. Es un acto que nadie hace. Si por la calle ya cuesta hacer que la gente no tire las cosas al suelo; los desechos son las lágrimas de la tierra. Me ha dolido tu texto. Pero al mismo tiempo, has sabido sacar el trascurso de una vida que insistimos en tirar al mar. Muy buen relato en prosa. Un saludo, no se si te guste mi relato en el rincón de keren. Yo te lo sugiero. Abrazos!
ResponderEliminarClaro, a veces son actos que parecen mínimos para una persona, pero si cada uno adquiere esa conciencia se pueden hacer grandes cosas. Me gustó mucho tu frase "una vida que insistimos en tirar al mar", porque creo que resume bastante bien la realidad. Me paso en breve por tu blog! Muchas gracias por tu comentario! Saludos!
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