Ahora ya soy uno con la serpiente. Lentamente voy rodando por sus entrañas, rozando su piel de asfalto frío, dejando atrás a los pocos transeúntes que aún rondan las calles de invierno. Las vidrieras empañadas devuelven imágenes borrosas de los comercios tras las rejas. Un gato salta desde un tacho de basura, para perderse con sigilo tras la esquina.
Poco a poco me alejo y la luz va desapareciendo. Ahora solo veo el horizonte, donde confluyen el negro del campo con la poca luz que las estrellas le otorgan a este cielo nocturno. A mis espaldas imagino a la serpiente con escamas brillantes, perdiéndose para siempre en la nada de esta noche fría, junto con agosto y las horas de risas que quedaron atrás.
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