Así, de acuerdo a sus necesidades, iba acudiendo a recuerdos felices, momentos atesorados lejos de todo pensamiento oscuro, algún aroma que lo transportaba a otra época, una textura de su infancia; todo ello formaba su lugar de paz. A veces, recostado en la cama al final del día, su mente lo llevaba a ese bálsamo de energía, donde su ser extraviado caía rendido ante el sueño.
Pero sin embargo, con el devenir de los días y las vibraciones propias del mundo más allá de los límites de su cabeza, el real y tangible; su palacio se fue desmoronando casi más rápido de lo que se iba construyendo. Y en esa batalla constante de crear y destruir, una noche terminó por caer en la desidia. Se dio cuenta de que nada podía hacer, todos sus esfuerzos eran inútiles. Allí tirado sobre las ruinas de lo que una vez fue su lugar pacífico, ninguna ilusión alcanzaba ya para hacerlo levantarse.
El ruido del mundo empezó a aturdirlo. Los cimientos de su mente toda flaquearon con el paso del tiempo. Y acabó por desmoronarse, él también, perdido para siempre a merced de los movimientos del exterior, que lo llevaron de un lado a otro, lejos de su voluntad.
Algunos días despertaba con un leve e inexplicable optimismo, entonces seguía firme, ladrillo por ladrillo, convertido en guardián de su propio ser, cuidándolo como si fuera un niño al que debía calmar.
Fue en uno de esos oasis de optimismo cuando una idea apareció, ya no como una solución, sino como un llevadero paliativo para sus pesados días. Comenzó a transformar la manera en que veía las ruinas de su palacio, los restos de lo que fue su lugar calmado ahora eran piezas de arte. Cada escombro era un objeto para ser mostrado a los demás, cada rincón destrozado guardaba historias, todo resto de polvo no eran más que sus experiencias pulidas con paciencia, artesanías que podía dar a conocer. Entendió que es necesario construir para evitar ser destruido.
Así fue que transformó sus ruinas en arte, y con ello todo su ser cambió de rumbo. El lugar de paz ahora es su mente inspirada y sus obras son los ladrillos que van levantando una vez más su palacio, a pesar del mundo y de sí mismo.
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