¡3-2-1! ¡Feliz Navidad!
El grito inunda las gargantas y sale despedido a chocarse con todas las cosas: con los vasos medio vacíos en la mesa, con los restos de comida fría y los adornos en las paredes. La familia entera se entrelaza en un sinfín de abrazos, que van cambiando de persona a persona, los buenos deseos van moviéndose por toda la habitación, mientras algunos ya comienzan a salir hacia la vereda. Alguien baila con la música que sale de la tele cada vez más fuerte, y de a poco varios se van uniendo a la danza. Dos ancianos contemplan la algarabía familiar desde un costado, felices de poder ser testigos de tal momento. Sonríen en silencio, hasta que son interrumpidos por la corrida de un par de niños que vinieron a arrastrarlos de las manos hasta incorporarlos al baile.
La casa en penumbras apenas deja entrever a sus habitantes. Un par de velas disipan la oscuridad del comedor principal. A los lados de la mesa, casi vacía, un poco más poblada que lo habitual, están dos niños y su madre. Ella va y vuelve a la cocina, perdiendo su espalda en la oscuridad, para volver con algún otro plato de comida, disimulando así las carencias que el silencio de la casa apenas llega a ocultar. Las horas avanzan y con ello los niños se vuelven expectantes, dirigiendo a cada rato la mirada hacia la base del arbolito que aún está vacía. Y estaba destinada a estarlo si no fuera por algunos sacrificios de último momento que hubo que hacer, para no perder lo más valioso de la casa: la ilusión de los niños. Ella los observa y por un momento todo el mundo desaparece, las preocupaciones, el desempleo, las ausencias, los vacíos; todo eso no es más que ruido efímero momentos después al presenciar la sonrisa de sus hijos al romper con prisa el papel de los regalos.
Los fuegos artificiales inundan el cielo nocturno, pintando sus rostros de colores por unos segundos. Los tres abrazados con la mirada fija en lo alto, y a sus espaldas la casa rebosante de luces navideñas. El niño de pronto exclama algo y sale corriendo perdiéndose dentro de la casa. Ellos sonríen porque saben que más que él, han estado esperando este momento desde hace tiempo. Al entrar pueden ver al niño de rodillas en el piso, mientras abre sus regalos con entusiasmo y de a ratos gira la cabeza para mostrarles su alegría y sus juguetes nuevos. Tomados de las manos se acercan para jugar con él, todos sentados en el piso a los lados del árbol, mientras las luces de colores les tiñen el pelo. Una celebración nueva para todos, y la inauguración de un ritual que van a repetir hasta que el tiempo lo diga.
Una copa vacía, que ya no se levanta para brindar, pero está ahí presente hoy y todos los días. Un espacio más en la mesa, pero no una mesa vacía porque el tiempo se encargó de ir poblándola de almas nuevas. El pasado se diluye en el presente y los abrazos nuevos vienen a restaurar los que se perdieron. Miles de recuerdos flotan en el aire, entre las luces, la comida y las corridas de los niños por toda la casa. El tiempo se sigue moviendo, y está ahí en cada sonrisa nueva, en cada abrazo duradero.
Siempre da pena que una silla quede vacía... Pero que nuestra sonrisa los llena de vida, allá donde estén... Un abrazo.
ResponderEliminarAsí es a pesar de todo la sonrisa es el mejor recuerdo.
ResponderEliminarGracias por pasarte por mi blog.
Abrazo!