Hace un tiempo, viajando en
ómnibus con destino al lugar donde doy clases, me encontré con un personaje
interesante. El viaje dura apenas una media hora, ya que el centro al que acudo
es a unos pocos quilómetros de la ciudad. Siempre un transporte colectivo es
motivo de encuentro con diversos tipos de personas, con situaciones de todo color,
conversaciones que uno escucha sin quererlo y quedan flotando por ahí. En fin,
de vez en cuando está bueno alejarse del ensimismamiento, salir de la mente o
quitarse los auriculares, para contemplar el entorno y sus detalles.
Photo by Ant Rozetsky on Unsplash |
En parte es por lo que contaré
a continuación que este relato llegó hasta aquí, por alguna razón sentí puntos
en común con lo que hago en este blog.
En cierto momento me describe
el lugar donde vive, así como menciona muchas personas que obviamente, por
temas geográficos y hasta generacionales no conozco; pero los imagino como
personajes también llenos de historias como lo es él, nombres recurrentes en la
novela de su vida. Relata los detalles del paisaje donde creció, su casa y su
entorno. Y en ese momento me expresa que a veces le gusta “escribir” poemas,
aunque es cierto que casi nunca los transcribe a un papel. Por supuesto que
tenía unas décimas dedicadas a ese lugar que describe con tanto cariño. Luego
de consultarme y recibir mi obvia respuesta afirmativa, empieza a recitar sus
décimas, mientras yo lo escucho con atención, tratando de que el ruido del
ómnibus no haga perderse los versos entre los rugidos del motor. Va soltando
las palabras de memoria como esos niños que declaman en un acto patrio. Cada
verso va pintando diferentes imágenes en el aire caluroso de la tarde, y poco a
poco van dibujando en mi mente esos momentos y paisajes que él vivió, hasta puedo
sentir que fui yo quien creció en esa casa junto al cerro, el mismo que ahora
después de tantas vueltas del mundo, volvió a vivir cerca de ese lugar,
atesorando tantos momentos pasados. Termina de recitar y me quedo sin saber
mucho que decir, pero siendo plenamente consciente y agradecido de lo mágico
que acaba de pasar. Ojalá en ese momento hubiera tenido la inteligencia de
grabar o al menos transcribir sus versos, para adornar con ellos el final de
este texto. Pero no fue así, y el tiempo ha hecho que esas palabras ni siquiera
vivan en mi memoria. Todo esto me llevó a preguntarme ¿cuántos poetas y
artistas habrá por ahí, todos los días entre nosotros, y que por diferentes
motivos van dejando escapar sus creaciones hasta perderse en la memoria? ¿cuántas
décimas andarán flotando en el aire, extraviadas en algún rincón solitario de
la memoria colectiva?
Y esto me lleva,
inevitablemente, a la clave de la existencia de este blog. No escribo para ser conocido
y vivir de ello, eso formaría parte de una utopía de esas que decía Galeano “sirven
para caminar”. Escribo porque es algo que disfruto hacer en mis ratos libres, y
en cierto momento me pareció que estaba bueno compartirlo. No hay mayor recompensa
que lograr que alguien me lea, o me diga que le gustó lo que escribí y hasta lo comparta en sus redes.
Y pienso que ahí está la magia
de cualquier tipo de expresión artística: su verdadero valor no está en lo
masivo o el precio que intenten ponerle, sino en los procesos que llevaron al
artista a crearlo y el poder de ser compartido así sea con una sola persona.
El señor llegó al final de su
recorrido y luego de despedirse amablemente, bajó del ómnibus, y se alejó por
el camino de tierra, cargando sus bolsos y sus historias entre las manos. Ahora
andará por ahí, tal vez dibujando las tardes de alguien más con sus historias,
investigando algún otro misterio, o desparramando versos en el aire del
atardecer…
Gracias!
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