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Las décimas perdidas


Hace un tiempo, viajando en ómnibus con destino al lugar donde doy clases, me encontré con un personaje interesante. El viaje dura apenas una media hora, ya que el centro al que acudo es a unos pocos quilómetros de la ciudad. Siempre un transporte colectivo es motivo de encuentro con diversos tipos de personas, con situaciones de todo color, conversaciones que uno escucha sin quererlo y quedan flotando por ahí. En fin, de vez en cuando está bueno alejarse del ensimismamiento, salir de la mente o quitarse los auriculares, para contemplar el entorno y sus detalles.

Photo by Ant Rozetsky on Unsplash
Yo sentado en el fondo del vehículo, veo subir a un señor de unos setenta años, quizás más. Lentamente maniobrando el peso de sus bolsos como podía a medida que avanzaba en el pasillo, dejando atrás los asientos ocupados, hasta llegar y sentarse en el asiento contiguo al mío. Desde un primer momento la presencia de la guitarra descansando junto a mí en el asiento le llamó la atención, lo que motivó el comienzo de su charla. Empezó a hablarme de Carlos Gardel, mencionando muchos datos que yo desconocía, de su música y sus presentaciones en vivo. El señor me cuenta que es un apasionado por la historia, y que acostumbra ir recabando información de los medios que pueda, para ir desentrañando ciertas incertidumbres históricas. Tiene discos antiguos de Gardel y también libros que ilustran su mito e imagen. Le gusta investigar y no quedarse con lo primero que lee. Algo que es muy necesario en esta época en que con una simple imagen de una red social ya nos inventamos una verdad. Entre otras cosas me habló del misterio del “tesoro de las hermanas Masilotti” para el cual él tenía sus teorías fruto de su recorrida bibliográfica. Era maravilloso ver la expresión en su rostro al tiempo que me contaba todas esas cosas, podía verse el brillo en sus ojos típico de alguien que siente pasión por lo que hace sin importar si ese es su medio de vida o no.

En parte es por lo que contaré a continuación que este relato llegó hasta aquí, por alguna razón sentí puntos en común con lo que hago en este blog.

En cierto momento me describe el lugar donde vive, así como menciona muchas personas que obviamente, por temas geográficos y hasta generacionales no conozco; pero los imagino como personajes también llenos de historias como lo es él, nombres recurrentes en la novela de su vida. Relata los detalles del paisaje donde creció, su casa y su entorno. Y en ese momento me expresa que a veces le gusta “escribir” poemas, aunque es cierto que casi nunca los transcribe a un papel. Por supuesto que tenía unas décimas dedicadas a ese lugar que describe con tanto cariño. Luego de consultarme y recibir mi obvia respuesta afirmativa, empieza a recitar sus décimas, mientras yo lo escucho con atención, tratando de que el ruido del ómnibus no haga perderse los versos entre los rugidos del motor. Va soltando las palabras de memoria como esos niños que declaman en un acto patrio. Cada verso va pintando diferentes imágenes en el aire caluroso de la tarde, y poco a poco van dibujando en mi mente esos momentos y paisajes que él vivió, hasta puedo sentir que fui yo quien creció en esa casa junto al cerro, el mismo que ahora después de tantas vueltas del mundo, volvió a vivir cerca de ese lugar, atesorando tantos momentos pasados. Termina de recitar y me quedo sin saber mucho que decir, pero siendo plenamente consciente y agradecido de lo mágico que acaba de pasar. Ojalá en ese momento hubiera tenido la inteligencia de grabar o al menos transcribir sus versos, para adornar con ellos el final de este texto. Pero no fue así, y el tiempo ha hecho que esas palabras ni siquiera vivan en mi memoria. Todo esto me llevó a preguntarme ¿cuántos poetas y artistas habrá por ahí, todos los días entre nosotros, y que por diferentes motivos van dejando escapar sus creaciones hasta perderse en la memoria? ¿cuántas décimas andarán flotando en el aire, extraviadas en algún rincón solitario de la memoria colectiva?

Y esto me lleva, inevitablemente, a la clave de la existencia de este blog. No escribo para ser conocido y vivir de ello, eso formaría parte de una utopía de esas que decía Galeano “sirven para caminar”. Escribo porque es algo que disfruto hacer en mis ratos libres, y en cierto momento me pareció que estaba bueno compartirlo. No hay mayor recompensa que lograr que alguien me lea, o me diga que le gustó lo que escribí y hasta lo comparta en sus redes.

Y pienso que ahí está la magia de cualquier tipo de expresión artística: su verdadero valor no está en lo masivo o el precio que intenten ponerle, sino en los procesos que llevaron al artista a crearlo y el poder de ser compartido así sea con una sola persona.

El señor llegó al final de su recorrido y luego de despedirse amablemente, bajó del ómnibus, y se alejó por el camino de tierra, cargando sus bolsos y sus historias entre las manos. Ahora andará por ahí, tal vez dibujando las tardes de alguien más con sus historias, investigando algún otro misterio, o desparramando versos en el aire del atardecer…

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