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Mostrando entradas de 2018

Alejarse

  Alejarse de la ciudad de vez en cuando puede resultar un ejercicio positivo. Ayuda a ver las cosas en perspectiva. Sentarse en un lugar apartado, custodiado por las sombras de la noche, y mirar a lo lejos la ciudad dormida como una inmensa maqueta silenciosa. Observar las luces amarillentas, tristes, dibujando las calles con figuras geométricas confusas. Escuchar el sonido apagado de los vehículos solitarios atravesando las esquinas, vacías de gente, pero pobladas de a ratos por el ladrido insistente de los perros.   Tomando distancia es difícil imaginarse a uno mismo inmerso en esa ciudad, en sus costumbres, verse caminando sus veredas, yendo de aquí para allá; y hasta viviendo. Porque una vez que se contempla desde este punto de vista se desvanece todo papel que interpretemos en ese escenario, distante ahora. Algo así como ver la vida, nuestra propia vida, en tercera persona.   Todos los problemas o situaciones por resolver, parecen ser absolutamente ajenos a nosotros, como si

Fuera de tiempo

 A veces siento que llevo una vida temporalmente desfasada, como si el tiempo al que se mueve la realidad no fuera el mismo que el que gobierna mi propia vida. Es una sensación frustrante muy a menudo, aunque con mucho esfuerzo quizás alguien encontraría en ello algo positivo. Pero, obviamente, yo no sería ese tipo de persona.  De un tiempo a esta parte tomé la posición de intentar obtener una enseñanza de cada situación, sea cual sea su naturaleza, procurando no caer en el optimismo idiota. Esto me llevó a un lugar muy interesante, donde cada día parecía aprender algo, donde valoraba todo lo que me sucediera, fuera “bueno” o “malo”. Ciertamente estaba alejándome de mi visión pesimista de la vida, tratando de ir construyendo algo con toda la información recibida. Aprendí sobre mí mismo, mis reacciones, sobre los demás, entendí muchos de mis comportamientos, y empecé a buscar medios para corregir aquello que no me agradaba. Estaba muy lejos de mi zona de confort, pensando construc

Responsables

 Si fuésemos definidos por las cosas que hemos perdido, caminaríamos por la vida sabiendo quiénes somos en realidad. Porque todos hemos perdido algo, algunos incluso antes de nacer. Perdimos sin saberlo, o plenamente conscientes: dejamos ir.  Creo que el golpe más fuerte a la identidad es cuando tomamos consciencia de que somos el fruto de las decisiones de otros; de que en cierto momento no fuimos dueños de nuestra propia existencia, y eso es un gran agujero negro en la búsqueda de sentido. No escogimos nacer, ni hacerlo en tal o cual lugar, en determinada familia, no tuvimos ni la más mínima chance de decidir. En fin: no fuimos responsables de haber existido.  Entonces ¿por qué se nos exige luego tomar pleno control y hacer algo con la vida que nos fue impuesta? ¿por qué son cuestionados aquellos que vagan intentado darle sentido a su existencia, esos que luchan en busca de respuestas? ¿y por qué razón la sociedad se ensaña también con quienes están seguros de su identidad

Mi vida en círculos

  Me gusta pensar mi vida como moviéndose en espiral. Desde el momento en que tuve consciencia de mí mismo, empecé el viaje en un punto, que ahora es ya muy interno, y con el paso del tiempo fui avanzando progresivamente alejándome de él hacia niveles más exteriores. Es el movimiento propio de una espiral, el ir expandiéndose cada vez más. Lejos de conceptos metafísicos, pero sin dejarlos del todo a un lado, entiendo la expansión de mi vida como un continuo, en que la línea de la espiral va pasando por los mismos sitios, pero un nivel más afuera. Es decir, numerosas veces me encuentro en el camino con situaciones similares, pero cada vez las veo desde un punto de vista diferente, más abierto, superior. Esto permite solucionar conflictos al obtener una nueva perspectiva, o simplemente reconocer el avance al contemplar la mente con nuevas ideas.   Sin embargo, sucede a menudo que llega un instante en que el movimiento pareciera detenerse. Me siento estancado, me cruzo una y otra ve

Soy

  Vivo en mis ideas. Soy lo que pienso. Aunque para los demás soy mis actitudes, soy lo que hago. Lo que hago no siempre es fiel a lo que pienso: los demás no ven quién soy realmente.   Soy lo que pienso. Los otros no ven lo que pienso: los otros no me ven. ¿No soy? ¿Quiero que me vean? ¿Soy para los demás, o para mí mismo?   Ajusto mis actitudes a mis pensamientos: me vuelvo auténtico. Pienso, siento y actúo de acuerdo a mi esencia. De a ratos me escondo, protejo mi silencio. Después salgo, renovado, ofreciendo mi ser al viento.   ¿Seré aquello que conozco desde niño? ¿seré lo que me ocurrió desde entonces?   Soy mi cara, mi tono de voz, mis manos. Soy mi familia, mis amigos, la música que escucho. Nunca seré lo que escribo, porque cuando lo leo ya soy otro. Soy todos los lugares a los que he ido, y también los que nunca pisaré.   Pero entonces, si vivo en mis ideas, también estoy hecho de aquellas que preferiría nunca rondaran en mi cabeza. Soy lo que me hace b

Las palabras

  En ocasiones, las palabras se rehúsan a salir sin motivo aparente. Es así que los días pasan, amaneciendo con ganas de escribir, pero sin embargo, las horas se van, luciendo una hoja en blanco sobre el escritorio. En esos momentos me invade una extraña sensación, una especie de contradicción entre el deseo y las ganas, entre cuerpo y alma.   Hasta que cierto instante, sin forzarlo, tomo asiento en tranquilidad, con un lápiz en la mano, y las palabras empiezan a brotar, moviéndose constantes como hormigas en su camino. Muchas veces ni siquiera importa el sujeto de redacción, ni el propósito, o la intención; solo es preciso dejar que las oraciones vayan surgiendo, y los renglones quedando atrás, abarrotados de símbolos.   Luego de un espacio atemporal, medido en ensimismamiento mas que en minutos, el tema aparece por si solo, como siendo arrastrado por la inercia del propio movimiento del lápiz sobre el papel. Así sin más, todas las palabras empiezan a referirse a la misma cosa,

Una noche

  Cae la tarde al fin, el sol se oculta y el día baja fresco. Sólo las aves parecen ser testigos de la brisa que recorre las calles. Al otro lado: yo. Entre cuatro paredes, coronado por un techo viejo que apenas si oculta el cielo aletargado sobre mi cabeza. La espalda recta sobre el respaldo, y los brazos algo agazapados sobre el escritorio de madera; donde descansando entre un cuaderno en blanco y una taza de té humeante, mi tarde se convierte en noche.   Y justo en ese instante, cuando las luces de la ventana se van apagando y la habitación se tiñe de sombras; sobreviene un recuerdo como un destello. Recuerdo una esquina de luz, quizás la más brillante de toda la ciudad dormida. Pequeños rostros perdidos, azotando las veredas, a paso lento. Un perro callejero se pega a dos almas, y luego a otras dos, caminando a un costado de la madrugada y la expectativa. Luego desaparece como si nada, dejando atrás lo que pueda ocurrir. Recuerdo una mirada justo encima de una sonrisa, colocad

Regresando

   Las suelas de mis zapatos me hablan por la madrugada, mientras regreso a casa. Entre la goma gastada y las piedras de la calle, susurran consejos, quién sabe en qué dialecto. En la cima de la calle, las luces de un edificio me golpean la frente y entrecierran mis ojos; queriendo imitar al sol, que dentro de una hora acabará por apagarlas para imponer su propia luz. Apenas entro en la oscuridad de mi habitación, el calor de las cuatro paredes me da la bienvenida. El intenso olor a encierro me recuerda mi mente días atrás. Después de cerrar la puerta, la última frustración del día: olvidé tender la cama. Fueron varias cuadras de camino a casa, imaginando llegar y poder estirar mi cuerpo entre las sábanas; y ahora esto. Debo embarcarme en tal actividad.    Lentamente me coloco los auriculares, suena una suave y pegadiza música; y cuando quiero acordar estoy bailando alrededor de la cama, en la penumbra de la habitación. Con los brazos estirados trato de dejar la sábana superior en

En la orilla

  Aturdido. Rodeado por cientos de aves que revolotean incansables sobre su cabeza y comienzan a ponerlo cada vez más nervioso. El cuerpo arrojado sobre la arena fría, con los brazos alrededor de las piernas y las rodillas presionándole el pecho.   De a ratos el mar envía sus olas y le da un respiro, espanta con su espuma suave alguna aves, que después de alejarse unos metros, vuelven a rondar en círculos sobre su cuerpo rendido.   De pronto, el día se hace noche, y la lluvia se vuelve uno con el aire.   Si supiera de qué manera, se levantaría y llegaría a comprender, que una vez de pie, las aves huirían asustadas. Y que sin importar cuántas gotas de lluvia murieran en su piel, estando así de pie, con la cabeza erguida más allá de los hombros, podría caminar sin problemas hasta donde quisiera.